ESCRITURA Y ESPACIO PUBLICO

ENROJO / ACCIÓN DE ARTE CALLEJERO UNIVERSITARIO
Viña del mar, esquina de 1 Norte con San Martín (2003). Fotografías por Javiera Ovalle.


Durante una jornada de Taller de Plástica, extraje de la universidad una silla de estudiante y me ubiqué con ella en la esquina de 1 Norte con San Martín, en el carril que conduce hacia Valparaíso. Durante 24 luces rojas me propuse escribir, en el limitado tiempo que obliga a los automovilistas a detenerse, en 24 páginas sueltas de color rojo, utilizando para ello un lápiz de color rojo.

Escribir sobre el mismo color produce el efecto de una escritura invisible, que apenas aparece sobre la superficie del papel. Hay en estos originales invisibles en rojo un emplazamiento a la escritura asimismo como actividad desplazada, proscrita, que encuentra en la fugacidad de este espacio la permanencia perdida en las páginas, una suerte de no dejar huellas sino invisibles.





Enrojo consistió en la acción de salir desde la universidad hacia la calle, salir de un espacio de intimidad a un espacio público. Más que salir del taller a la calle como dos espacios de actividades separadas, se trata de un reconocimiento de la calle como lugar propio de una búsqueda y de una investigación concerniente al arte.
La silla de estudiante supone la instalación de un elemento universitario y escenifica la actividad universitaria de un cierto aprendizaje, en este caso el de una aventura tanto en el desplazamiento del taller como en la escritura oculta en el color de la página.



El niño malabarista con sus pelotas de tenis es el primer reconocimiento de un colega, un referente de actuación en el espacio urbano. La utilización de estos espacios intermitentes, no sólo por parte de artistas callejeros, sino por atracadores, vagabundos, gimnastas, vendedores y promotores, señaliza el espacio que abre el semáforo en rojo, remitiendo a la libertad de usos posibles.




Los automovilistas son espectadores forzados a la arbitrariedad de la escena, y se aprestan a pasar por encima de ella en el instante mismo en que el rojo se desvanezca en el semáforo. La renovación constante de un público azaroso que se enfrenta al rojo, le confiere al lugar la brusca cualidad de un escenario en continua desaparición.

Detención, espera, paso, contacto, cruce, el semáforo provoca tanto una urgencia como un vacío, que se suceden intermitentemente en un ritmo acelerado, en donde ni transeúntes ni automovilistas perduran más que el juego controlado de las luces.











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