PROCESO DE PIEZA

NOTAS:

El lugar escogido es una casa en ruinas, específicamente el espacio de un cuarto que se mantiene en pie, ubicado en la escalera Murillo, a un costado del ascensor Florida, en Valparaíso.

Esta ruina en gran parte se encuentra reducida a escombros y basura, exceptuando algunas paredes al borde del derrumbe que arrinconan en un extremo un cuarto abierto en altura, espacio que alguna vez fuera un balcón, y un pequeño cuchitril desmoronado, en ese momento utilizado como cama por una o dos personas, al cual se accede subiendo una pequeña escalera que sube desde el umbral que conecta directamente con Murillo. Se trata, entonces, de una ruina cuya ubicación se presta de manera privilegiada para contemplar la ciudad, como un pequeño mirador desde el cual puede observarse gran parte del plan y de los cerros de Valparaíso. Una ruina desde la que se contempla la ciudad, pero también una ruina que es visible desde diversos puntos del cerro. El ascensor Florida desciende al plan en forma paralela a la escalinata Murillo. Al ir bajando por esta escalera podemos ver y acercarnos a la ruina desde arriba. La visibilidad de la ruina es ampliada en gran medida debido a estar ubicada en la medianía de la subida, precisamente frente al espacio vacío que genera la línea del ascensor. A cada lado de esta línea asciende una escalera, en donde se ubican distintas casas y distintas vistas que se enfrentan. Este espacio vacío permite que las miradas puedan cruzarse a lo largo del trayecto, y desde las ventanas de las casas. Asimismo, los ascensores funcionan como miradores en tránsito, y su paso continuo subraya el espacio de una mirada posible.

Sin embargo, esta visibilidad de la ruina es completamente anulada durante la noche. En la noche la luz se repliega en espacios privados, y las calles se iluminan para protegerse de la oscuridad que cobija lo anónimo. En Valparaíso, especialmente en sus cerros donde proliferan quebradas y escaleras, rincones y espacios abiertos, la noche da lugar a todo tipo de cobijos ocultos, invisibles en el velo de la oscuridad.

La primera acción realizada en este lugar fue pensada como una intervención nocturna, comenzando justo en el proceso del atardecer y la entrada en la noche. La intervención consistió en encender un dormitorio, para lo cual construí una cama, un escritorio y una silla con páginas de cuaderno, incluyendo un mecanismo de luz fluorescente en su interior, de manera que estos muebles de papel pudieran ser encendidos como lámparas. La iluminación de este lugar tuvo una duración aproximada de dos horas, período de tiempo suficiente para dar cuenta del paso del atardecer hasta la entrada en la noche, encendiendo la ruina con el dormitorio a la par de la ciudad que comienza a iluminarse.

Por las noches la ciudad se ilumina, y al contemplarla, podemos ver los hogares iluminados por dentro. Desde afuera, podemos ver cómo la ciudad entra en la noche, iluminándose como un surgimiento de signos del habitar. En este sentido, Valparaíso tiene la virtud, gracias a sus cerros que actúan tanto como miradores como objetos de la mirada, de poder contemplarse a si misma.

Así como durante el día a través de las ventanas nos relacionamos visualmente con el afuera, por la noche esta relación se invierte, ya que al iluminarse el interior la ventana se torna reflejo. La luz que ilumina los hogares se ve siempre desde afuera, y como escribe Gastón Bachelard en “La poética del espacio”: “Por la luz de la casa lejana, la casa ve, vela, vigila, espera”.

Ver la luz de una ventana supone la intimidad de una habitación, y el espacio iluminado sugiere la actividad nocturna de su habitante. Millares de ventanas iluminadas en la ciudad, dan cuenta de una actividad en el interior de diversos espacios habitados. La noche en la ciudad articula una mirada del afuera, en cuyo deambular nos situamos como espectadores de nuestra propia reclusión nocturna en el espacio de una habitación iluminada.

Al emplazar una cama y un escritorio de luz, al encenderlos en el espacio sin techo de la ruina, el espacio abandonado participa del encendimiento de la ciudad, y en lugar de la oscuridad que cada noche la borra, la ruina se hace presente y visible, a su vez como la mirada de un espacio invisible y despojado del presente.

Como una consecución de este taller de cama, tras la iluminación del dormitorio de papel, procedí a la construcción de una cama de hormigón armado en la misma ruina. El sentido de la perdurabilidad del material contrasta y actúa como una solidificación del proceso de taller caracterizado por una condición nómada, liviana y efímera de la cama.

La cama de hormigón hace hincapié en la consolidación de la ruina como escenario de cama, así como a su carácter de eje situado en el espacio urbano: desde la cama se ve la ciudad, y desde ella se la recorre.

La degradación del material fue intensificada de acuerdo a las características de esta ruina, que funciona como alojamiento real de personas así como mirador de diversos encuentros diarios y nocturnos. En ella es frecuente encontrar botellas vacías, prendas de vestir viejas y basuras. Varias de las veces que fui a trabajar llevé una escoba y bolsas de basura para limpiar el lugar, trabajo a menudo repugnante debido a la orina y la mierda. Pronto comprendí que se trataba de una misión infinita: los desperdicios que se acumulan en esta ruina son tan parte de ella como ahora esta cama. Luego de construir y de registrar esta cama, regresé en varias ocasiones a ella como a un dormitorio a la intemperie. Transcurridos algo más de seis u ocho meses la cama estaba bastante mermada respecto a su condición original. Se trata de un proceso natural en que la cama comienza a fundirse con el proceso destructivo, a convertirse ella misma en una cama en ruina.

Luego de dos años, el derrumbe que parecía inminente al fin hubo de producirse. El paso a la ruina fue bloqueado, siendo prácticamente inaccesible llegar hasta el emplazamiento, la escalera quedó enterrada bajo los escombros, y las ventanas quedaron tumbadas a los pies de la cama.

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